Afincado en España desde principios de los años sesenta, este danés universal, que hablaba sin dificultad media docena de idiomas, fue sin lugar a dudas uno de los últimos grandes humanistas del Siglo XX. Permanente trotamundos que había dado la vuelta varias veces a nuestro planeta y periodista de profesión, era también, por vocación, escritor de novelas y un poeta de exquisita sensibilidad y ese lirismo sereno propio de las gentes del Norte. En esta faceta era donde volcaba todo su corazón. Un corazón cuyas dimensiones eran solo comparables con amplitud de su cultura pero también con la de su modestia y de su constante discreción en todos los aspectos de su vida, pública o privada. A Ebbe le gustaba que solo le conocieran bien sus verdaderos amigos.
Durante décadas, para la prensa danesa (especialmente para el Diario “Information” de Copenhague) o la radio y televisión de este modélico país escandinavo, Traberg era EL HOMBRE con el que había que contar a la hora de recabar noticias procedentes tanto de España como de Portugal, sobre cualquier tema, fuera político, social, cultural o deportivo. Lo podía cubrir todo, en profundidad, con detalle y el ojo atento de un reportero con muchas horas de vuelo y muchas batallas a las espaldas, desde la “Revolución de los Claveles” de 1974 en Lisboa a cualquier momento culminante de la Vuelta Ciclista (el deporte de la bicicleta era uno de sus grandes amores) o de la Liga Nacional de Fútbol, pasando por el atentado del Hipercor de Barcelona o la entrada de España en el Mercado Común. Pero por otra parte quizá, pocos son en nuestro país los que saben que también, en los cursos de literatura contemporánea que se imparten en las universidades escandinavas, el nombre de Ebbe Traberg figura desde hace años en la lista de “Poetas Nórdicos del Siglo XX”.
Ebbe se enamoró tan profundamente de España cuando, joven licenciado y haciendo autostop con la mochila al hombro, se vino a conocerla a mediados de los cincuenta que no paró hasta instalarse aquí para siempre pocos años después y ya casado, claro está, con una española.
Vivía principalmente en Madrid porque, profesionalmente, es donde hay que estar pero, enseguida y por su mujer, Emilia, de raíces gallegas y también riojanas, Ebbe descubrió Ezcaray, donde su familia política tenía una casa solariega en pleno corazón del pueblo.
Ahí fue donde instaló su “Shangri-La”, ese remanso de paz que él necesitaba ansiosamente cada vez que quería huir del barullo capitalino, reposar de sus largos (y sin duda apasionantes) viajes, poner orden en sus ideas o, por supuesto, escribir sin prisas ni presiones y sin depender de un teléfono implacable y esclavizante. Todo esto lo encontró en este, su “oasis” riojano y fue – sus amigos lo sabemos bien – plenamente feliz aquí.
No hay un solo vecino de Ezcaray que no le conociera. Él los conocía a todos por su nombre y con muchos había compartido en infinidad de ocasiones esos diarios y gratificantes momentos del “chateo” en los bares de la localidad, charlando con su natural simpatía y su carácter abierto, de los problemas de la tierra o de los del (¡cómo no!) Logroñés…
Todos estaban familiarizados con su cara y su silueta amplia, sólida y con andares de marinero vikingo. Esa calva todavía bordeada por una zona de pelo rubio y esas gafas que enmarcaban una mirada franca y jovial configuraban la imagen por la que los del lugar reconocían a ese que fue para ellos una figura más que familiar en este rincón de la Rioja y al que, por aquello de que la geografía no se le da a todo el mundo por igual, muchos se referían siempre como “el holandés”…
Pero, además de todas sus múltiples aficiones (la mayoría eminentemente intelectuales: lectura, cine, política…) y por encima de todo, Traberg era un enamorado “convicto y confeso”, es decir hasta la médula, del jazz, una música a la que dedicó su vida, su pluma y también su dinero…
Coleccionista “vicioso” de discos desde su incipiente adolescencia (los varios miles de LPs y CDs que atesoraba en su casa de La Rioja despertaban la curiosidad y – también porqué no – la sana envidia de más de uno de nosotros sus colegas), Ebbe había estado escuchando esta música que le apasionaba en los mejores clubes y los principales festivales del mundo a lo largo de varias décadas y era amigo personal de muchos de los más importantes músicos del panorama actual del jazz (Dexter Gordon, Roy Haynes, Lee Konitz o Paul Bley, entre otros, eran de los que no venían de gira a nuestro país sin haber antes llamado por teléfono a su amigo Traberg anunciándole su llegada) y de todos ellos, en más de una ocasión, consiguió entrevistas que, más que fríos “interrogatorios” profesionales eran, por su profundo conocimiento del tema y esa facultad innata que tenía para llegar hasta el alma de sus interlocutores, relajadas y espontáneas charlas llenas de sabrosas e interesantísimas declaraciones que ningún otro periodista especializado hubiera obtenido. Así, además de sus innumerables artículos que leíamos con fruición en nuestra prensa especializada (Aria-Jazz, Quartica, Scherzo…) también muchos de los mejores poemas que escribió – con la misma facilidad en danés, castellano, inglés o francés – tuvieron al jazz y a sus grandes protagonistas como tema principal.
Por ello, en nuestro mundillo del jazz en España, Ebbe fue sin lugar a dudas nuestro “decano” indiscutible e indiscutido, el crítico y especialista más completo, más respetado, más escuchado y además, por derecho propio, el más querido. Hoy es también, desde que hace nueve años un cáncer de riñón nos lo arrebatara para siempre, el más añorado y recordado. Pero jamás tuvimos, ninguno de sus amigos, que esperar hasta ese terrible momento para decir de él que era, por encima de todo una bellísima persona. Lo tuvimos todos claro desde el momento en que le conocimos. A mí eso me ocurrió una noche de 1964 en el antiguo Whisky Jazz Club de Madrid, cuando, durante una actuación de Dexter Gordon con Tete Montoliu, un señor, que parecía extranjero pero que hablaba nuestro idioma a la perfección, se sentó a mi lado y se puso tranquilamente a comentar conmigo lo que estábamos escuchando, hace más de cuarenta años de esto. Se dice pronto…
En Ezcaray su recuerdo está por supuesto en la mente de muchos. Era pues lógico y natural que en este lugar al que él quiso tanto se organizara un Festival de Jazz en memoria de este ser humano tan entrañable y sensible que, a aquellos que le conocimos, consiguió hacernos a todos algo más diferentes de lo que hubiéramos sido de no haber estado en contacto con él.
Va por ti, amigo del alma…
Juan Claudio Cifuentes, 2005